7 sept 2010

Banco gato



Un viejo banquito que cayó en mis manos… y fue "tuneado" :)

25 ago 2010

Recuperando una antigua foto descolorida



El sol le pegó a esta foto durante años… para recuperarla fue necesario un paciente trabajo de retoque digital. Aquí, un breve video para mostrar el proceso.

20 ago 2010

Hombrecitos de jengibre

Otras yerbas… y galletitas!
Hechas para los dos añitos de mi niña.
¿No son simpáticos?

12 may 2009

Nuevos cuentos




"Y ahora no me conocés", para un libro de próxima publicación en Italia: "Racconti di tango", por Jorge Lindman. ¡Suerte, tocayo!

14 ene 2008

Bestiario de San Telmo


Muchas imágenes permanecen ocultas a nuestra mirada, hasta que buscamos algo especial. Jardines, picaportes, aféizares... Esteban y yo nos sorpendimos al encontrar estos personajes, sólo a cuadras de casa.

26 oct 2007

Elegante spor, por Rene


©el tangauta 2007
Algunas de las mujeres con las que me he cruzado en esta vida de Dios han acometido la temible empresa de intentar soportarme. Conozco de esos esfuerzos: nobles, sinceros e infructuosos. Sé de algunas que han intentado cambiarme. Cambiarme para mejor, se entiende. También las hubo que no se tomaron ese tipo de molestias y avanzaron sin más trámite rumbo a sus imprevisibles destinos. Ahora bien: de lo que ninguna se privó en su largo o corto encuentro con este servidor fue de opinar sobre mi manera de vestir.
Con la clásica estampa del hombre criado en el amor materno fue que una noche llegué a la milonga: unos pantaloncitos beiges pinzados, una camisita de mangas cortas livianita y unos mocasines con hebilla. Y por supuesto, un poco de agua colonia para que la frescura se mantenga inalterada. Es que así nos sucedía a los que hoy somos muchachos maduros; en mis épocas —que también son éstas— a uno la ropa se la compraba la madre por lo menos hasta los 18 años, y en el caso particular de los calzoncillos hasta los 30. Y así andaba uno por la vida: sencillo, cómodo y abrigado.
Allá a lo lejos, en el extraño mundo femenino, la intransigencia lapidaria de las mujeres frente a la indumentaria. Un vestido sólo puede ser divino u horrible; no hay estaciones intermedias. Por aquel pantalón pagarían contentas lo que recibe un jubilado a lo largo de una década, y podrían ofenderse vivamente si uno comete la imprudencia de regalarles la cartera que no corresponde. Hasta este punto la cosa podría tener remedio: bastaría con aprender. Pero todo se complica cuando nos damos cuenta de que lo que es horrible para algunas es divino para otras, y viceversa. Es decir: no hay reglas. El mundo de la vestimenta se vuelve entonces ininteligible y —digámoslo de una vez— nos deja en la más desoladora orfandad.
Sin embargo, a pesar del pantaloncito beige, hubo una chica que entre tango y tango se enamoró de mí. Según ella porque supo ver mi corazón detrás de lo que con crueldad describió como un “look ridículo”. Con insistencia metódica bregó para que mi imagen resultara más fresca, más desacantonada, más juvenil. Poco a poco fue ganando batallas: una remerita primero, una cinturón después... Cuando finalmente el look estuvo a tono con su visión del mundo resultó que mi corazón ya no lo estaba. El día que me dejó me miré en el espejo y me encontré vestido con unos vaqueros pintados a mano, una remera con la cara del Che y zapatillas de danza, para pivotear mejor.
Anduve desorientado, a medio camino entre la duda y el rencor. Pero por suerte ayer me crucé con una dama que supo ver mi corazón detrás de lo que describió como un ridículo look de impúber. Comentó como al pasar la gran necesidad que tiene el ser humano de aferrarse a una juventud que fatalmente se escurre entre los dedos. Me dijo que me quedaría fantástico un look más sobrio, más elegante… Algo más acorde a mi edad; algo que dé una imagen de seguridad, de aplomo…
No hay nada que hacerle: de vez en cuando almorzar en lo de la vieja hace bien al alma. •

8 oct 2007

Zuco do mundo